De balcones y soledades

 

Es momento de salir mucho a los balcones, en España para tomar aire y respirar calle. Aquí en Alemania, con el buen tiempo, vuelve la rutina de practicar la toma de aire fresco, hacer parrilladas y mirar y ser mirado. Todo aquel que tiene un trocito mirando al exterior, no se priva de este disfrute.

Recién llegada a este país y con un mini balcón que daba a un patio oscuro, poco vistoso donde todo lo que se veían eran tejados a dos aguas, en ese paraíso exterior aguardaba yo mientras se cocinaban mis guisos, leía, observaba, disfrutaba de una gran paz. Durante mucho tiempo fue un lugar silencioso, sin nadie, sin ruidos, sin cambios. De repente de la nada salió a una de las ventanas, un joven pintor brasileño con ganas de charla. Como yo era la única habitante del rincón, charlaba conmigo, me hablaba de la música española, me tiraba caramelos, se veía que quería conversación. Parecía simpático y de buen trato. Si estaba sentada y me veía, siempre tenía tiempo para una pequeña charla.

Un día me invitó a su casa, – así podemos cantar juntos- dijo. Como me gusta la música brasileña acepté. Crucé la calle y me presenté con una botella de vino. Me abrió su mujer, una joven alemana, que opinaba de mí, según me dijo el brasileiro, que cocinaba muy a menudo, ¡todos los días! como rareza.

Le agradecí la invitación con mi botella y una sonrisa, ella muy seria dijo -yo no te he invitado- pasé del apuro como pude y fui directa a lo que pensaba me había llevado hasta ahí, el canto. Más que cante, lo que él quería, era otra cosa. Mi visita duro muy poco, en 15 minutos estaba fuera.

El trato después fue muy esporádico; saludos, educación, poca charla y mucha concentración en mi lectura. Un día me habló su mujer, me extrañó,  me preguntó – ¿sabes  dónde se ha metido el artista?- la miré con cara de perdida y le dije -yo de ese sé muy poco- Y así supe que la paz y el silencio  volvían a mi refugio.

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